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Pesca para los que pescan: el anhelo de años parece menos lejano

Francisco Silva repasó una y otra vez el discurso que debía ante el Presidente de la República, ministros, parlamentarios, subsecretarios y decenas de pescadores que se congregaron para la promulgación de la nueva Ley de Fraccionamiento de las pesquerías de Chile. Por su mente pasaron las imágenes de su abuelo Zenón y de su padre Gregorio, a quien perseguía desde los cinco años hacia el muelle de Lo Rojas, en Coronel, para verlo zarpar. A quien acompañaba en las faenas pesqueras mientras escuchaba las historias de los «viejos» de la caleta, vividas en múltiples puertos, desde Arica al extremo sur.

Mientras leía, nervioso y expectante, su mensaje, recordó mil anécdotas: que se arrancaba después del colegio al muelle de Lo Rojas y que aprendió a maniobrar un buque a los 15 años y a los 16 ya tenía su permiso de pescador artesanal…

Recordó también que desde ahí en adelante la sal que lleva en las venas fue lo que selló su futuro laboral y su forma de abordar la existencia y subsistencia.

«Mi papá me retaba para que me fuera a la casa, pero yo volvía una y otra vez a la caleta y en las vacaciones volvía la jornada completa al muelle Lo Rojas», rememora.

Y cuando fue evidente que el mar era lo suyo quiso pedir un permiso de pesca, pero era menor de edad. No obstante, era tal su experiencia, a pesar de sus breves años, y su deseo de ser pescador que su viejo firmó la autorización para que obtuviera su permiso de pescador y se embarcara a los 16 años.

Qué orgullosos estarían hoy el “pato Zenón”, su abuelo, y Gregorio, su padre, reflexiona. No porque sea el actual Presidente de la Asociación Gremial de Pescadores Artesanales de Coronel, que agrupa a más de 260 pescadores, ni porque haya hablado, en su representación, en La Moneda.

Sino porque ha puesto en práctica lo que aprendió de ellos y después de 20 años de faenas pesqueras, sabe que cada tarea es necesaria para llegar a puerto, con una buena pesca para él, su tripulación y sus familias.

Porque esta actividad es cruenta y ambivalente. Porque al zarpar no hay ninguna certeza. Ni siquiera de regresar bien al muelle. Y la tragedia ocurrida con los siete pescadores de Constitución, tripulantes del barco Bruma, fue un brutal recordatorio de la precariedad que acecha a los artesanales en cada zarpe.

Porque, como casi todos los que llevan décadas en estas faenas, Francisco Silva ha sido panguero, tripulante, motorista, flota y también patrón de pesca, pues cuando falleció su padre, pasó a ser armador y se hizo cargo del “Francisco Javier”, la embarcación de su familia.

Pero a diferencia de muchos pescadores, Francisco optó por la pesca. Fue su elección. Tuvo otras oportunidades y a los 18 años se fue a estudiar ingeniería eléctrica, pero el mar era inolvidable y volvió, dejando, como aprendizaje, tres años de estudios superiores. Volvió a lo que es su pasión, su tradición familiar y su forma de vida.

Porque no se trata solo de saber maniobrar un buque, no se trata solo de hacerse cargo de la tripulación del barco de su padre ni de mantener las cuotas de las pesquerías que heredó.

Se trata de hacer algo que le dé sentido a la vida y los viejos lobos y lobas de mar saben eso. Saben de sacrificio y solidaridad ante las tragedias, los malos climas, la escasez de los recursos o malas leyes como la que sufrieron con la denominada “Ley Longueira”, que entregó los recursos marinos a un grupo privilegiado de familias.

Francisco y los pescadores de Caleta Lo Rojas saben que todos son necesarios para la operatividad y proyección de la actividad artesanal. Que las recolectoras de orilla, las charqueadoras, los mariscadores, los fileteadores y envasadores suman, que cada persona que vive directa o indirectamente de la pesca tiene una función en la faena diaria y también en el propósito de darle sostenibilidad y trascendencia a esta actividad que reúne a más de cinco mil pescadores artesanales de Lo Rojas y más de 140.000 en todo el país.

En ese contexto, la faceta gremial de Francisco no es sorpresa. Su padre Gregorio toda su vida fue dirigente de los pescadores de la Caleta y fue uno de los socios fundadores de la Asociación Gremial que, 43 años más tarde, preside él.

Porque representar los intereses de la Caleta es continuar la herencia familiar, tratando de mejorar las condiciones de trabajo de las embarcaciones y demandando ante las autoridades sectoriales una legislación más justa para las faenas artesanales.

Me levantaba y acostaba escuchando a mi papá, lo acompañé en las movilizaciones sociales que se dieron en la Caleta, en las reuniones y en las calles y así se fue dando este camino que era casi inevitable”, reflexiona.

Y después de años de reclamos, de protestas, en las calles y en el Parlamento, pudieron ver la promulgación de una Ley que su abuelo Zenón ni siquiera imaginó, porque murió sin que existiera una legislación que regulara la actividad pesquera.

Después de años de tramitación, de lobbys, de retrocesos y de acuerdos, hay una ley de Fraccionamiento que pone algo de equidad en la repartición de cuotas de las pesquerías y abordó el corazón de la Ley General de Pesca, cuya modificación aún se tramita en el Congreso.

Un avance medido, sin dudas, que deja demandas pendientes, pero un avance al fin, fruto de horas en el Congreso, de conversaciones duras con algunos parlamentarios y mucha paciencia de los pescadores artesanales de todo el país.

¿Qué pensaría mi abuelo si me viera hoy? ¿qué diría mi padre? Se preguntó Francisco, al terminar su saludo a las autoridades nacionales convocadas en La Moneda.

Sin dudas, estarían contentos los viejos, porque hoy las cuotas de captura son un poquito más equitativas y sus nietos no tendrán que distribuir solo miseria.

«Los peces no saben de límites, ni de regiones, ni de cuotas o sanciones» decían los antiguos dirigentes de los pescadores y lo repetían, como un mantra, el padre y abuelo de Francisco. Pero, sin dudas, esos lobos de mar, con cientos de penurias y dolores a cuestas, estarían felices porque hoy día, un poquito más, el mar es para los que pescan.

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